La psicóloga de Hermano Mayor y autora
del libro “Vivir con un
Adolescente. Esta especialista ha recogido en su
última obra las diferentes variantes y a cada una de ellas le ha dado un nombre
que muestra de forma muy gráfica la naturaleza del tipo de autoridad ejercida
en casa.
1. El
progenitor «rallador», por no decir de pesadilla: Para Cervantes, este es un
auténtico rallador de mentes, es aquel que se expresa con el tristemente
popular «porque yo lo digo y punto», con su tono dictatorial, incisivo y
agresivo. Y como todo rallador, deja huella, y no de las buenas precisamente.
Se caracteriza por ejercer un máximo control sobre sus hijos y expresar muy
poca afectividad. Es rígido en su planteamiento, tanto en el cumplimiento de la
norma, «o sí o sí», como en la ejecución inmediata de la misma. «Lo vas a hacer
ahora mismo y si no, recibes». La consecuencia de su no obediencia suele ser el
castigo severo, tanto físico como verbal. Es muy común la utilización del
desprecio y la crítica hacia la persona, no hacia el comportamiento: «Eres un
inútil, «no sirves para nada», en vez de «creo que eso que has hecho no sirve
para nada, pero sé que eres capaz de hacerlo mejor». Apenas hay diálogo y
comunicación, y cuando lo hay es solo para recriminar, imponer y/o castigar. Se
olvidan de reforzar las conductas positivas de sus hijos, focalizando la
atención en lo negativo, y castigan el mínimo error o desliz que puedan cometer
los jóvenes.
Todo esto, asegura esta psicóloga, tiene
efectos en los chavales. «Manifiestan lo que han vivido. Se vuelven agresivos
porque han aprendido que el mundo, al menos el que se ha construido en su casa,
funciona así. Son rígidos y no saben adaptarse a los cambios. Les cuesta
mantener relaciones de igual a igual, su autoestima suele ser baja, porque no
se sienten queridos, y el concepto que tienen de ellos mismos es bastante
negativo.
2. El
segundo tipo es que Cervantes denomina «pasota». En el
fondo esta actitud paternal les disgusta porque perciben que sus padres están
ausentes y no se implican. Lo hacen para evitar el conflicto aunque
paradójicamente esta estrategia lo agrava y cronifica. El pasota, dice esta
experta, cree que la labor educativa forma parte de la escuela, del profesor,
de la propia vida o del mismo joven, «es cosa suya, ya lo aprenderá con el
tiempo». Es probable que erróneamente se crea un padre o una madre muy
democrático, que favorece la autonomía y la libertad de su propio hijo huyendo
quizá del personaje que hemos descrito antes, del temido «rallador». «Pero huir, en definitiva, es no afrontar», resume.
«Suelen ser padres ausentes, con poca presencia, que frecuentemente se vuelcan
en actividades muy importantes, la mayoría fuera de casa. Son permisivos y
pasivos, una mezcla altamente peligrosa en el proceso de educar», determina
esta psicóloga.
Esto también tiene sus efectos.
Principalmente, transmiten falta de estabilidad y seguridad por la ausencia
absoluta de normas y límites. «Los jóvenes no tienen ni idea de qué hacer, ni
cómo, ni cuándo. La falta de dedicación recibida y la cultura del mínimo
esfuerzo también hacen mella en ellos, lo cual les convierte en seres
absolutamente inconstantes a la hora de marcarse objetivos; no luchan ni se
esfuerzan por nada porque han observado en su casa dos estrategias: evitar y
huir», explica Cervantes. «Del mismo modo que no han existido normas, tampoco
hay mucha demostración afectiva, pues no se ha ocupado el tiempo en educar y en
estar ahí. La autoestima de estos chicos tampoco es muy alta que digamos,
sienten necesidad de ser queridos precisamente por no haberlo sido», añade.
3. Al
tercero de la lista lo denomina «plasta». Se trata del sobreprotector de
toda la vida. Responde al perfil que se corresponde a las siguientes afirmaciones:
«Es un pesado. Lo tengo todo el día encima. No me deja respirar. Me trata como
a un niño pequeño». «Este tipo de padre "sufre hasta el infinito y más allá" por sus hijos, se sacrifica
por ellos, ejerce de mártir. Ante todo, no quiere que sus hijos lo pasen mal en
esta vida, de forma que educando en la evitación del sufrimiento está
adoctrinando en la incapacidad de hacerle frente», asegura esta profesional.
También son permisivos, «por lo que
volvemos a tener una ausencia de pautas, normas y límites. Creen que un exceso
de responsabilidad pueden llegar a agobiar y a traumatizar a los hijos y, para
neutralizar ese temido efecto, se van al otro extremo: ausencia total de código
educacional», prosigue. «Es el tipo de padre que si tiene que esperar en el
sofá hasta las tantas por si el niño o la niña tiene hambre cuando llegue de
juerga, ahí estarán, listos para ir a la cocina y prepararles algo caliente.
Siempre al servicio de la criatura, no vaya a ser que le falte algo».
¿Y qué tipo de jóvenes generan los padres y
madres «plastas»? Pues niños «chicle», muy blandos, y con niveles bajísimos de
tolerancia a la frustración. «Son personas altamente dependientes de los demás, ya que siempre se lo han
hecho todo, y no saben ni quieren valerse por ellas mismas. Eso sí, exigen que
se les dé todo aquello que quieren y si no lo obtienen, responden de manera
agresiva e hiriente. Se convierten en pequeños dictadores porque les han
acostumbrado a vivir en un feudo donde ellos son el rey», resume.
4. El
cuarto perfil es el del padre «guay». Este es aquel «un poco pesado pero que a veces "mola"». «Es
el padre que pone todos los ingredientes necesarios y en las dosis adecuadas
para la receta llamada educación: dedicación, tiempo, autoridad y
cariño. No hace falta mucho más». Este tipo de padre se
llama también asertivo. La asertividad se define como un comportamiento que
nace de la madurez, pues la persona ni somete ni agrede, sino que manifiesta su
opinión y defiende sus derechos. Si trasladamos este perfil a la educación,
tenemos padres sensibles, comprensivos, que ejercen el control necesario, sin
pasarse ni quedarse cortos. Son padres afectuosos, que expresan sus emociones y
contribuyen a que sus hijos expresan las suyas. Ante todo facilitan la
participación de todos los miembros de la casa. Mantienen siempre un canal de
comunicación abierto al dialogo y la necesidad si son necesarios.
Con este panorama, los efectos observados
no pueden ser mejores. «Los jóvenes que reciben este tipo de educación se
convierten en personas seguras de sí mismas, con altos niveles de confianza y
autoestima. Les han enseñado a querer y a quererse. Les han hecho ver que no
todo sale como uno quiere, pero que siempre hay que intentar salir hacia
delante, luchando y esforzándose por los objetivos que uno se marca». Son
personas capaces de superar el eterno conflicto entre lo que deben hacer y lo
que quieren hacer, que saben divertirse de manera responsable. Han observado
con anterioridad que si las cosas no salen como uno quiere, no sirve de nada montarla,
quejarse o agredir. Todo ello gracias a que ha habido alguien ahí que ha
educado, sin imponer, sin pasar de todo y sin consentir», resume la psicóloga
de Hermano Mayor.
El periódico abc.es 2013-11-12
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