Tener un hijo caprichoso supone una verdadera odisea
para los padres. Si no se accede a sus constantes peticiones «montará un
numerito» que acabará en rabieta. Lo peor del caso es que, por tranquilidad de
los padres y por no pasar un mal trago delante de personas en el portal de
casa, el supermercado o la sala de espera del dentista, suelen ceder ante los gritos y pataletas del
pequeño antes de que vayan
a más y todo el mundo les mire.
Sí, efectivamente, actuando de este modo
habrán evitado la rabieta, pero el niño se ha salido con la suya y ha aprendido
que la póxima vez que quiera algo le
bastará con gritar y tirarse al suelo de
nuevo para conseguir sus objetivos. ¿Cómo romper este círculo vicioso?
«Lo primero de todo es predicar con el
ejemplo. Los padres no pueden pretender que sus hijos no sean caprichosos
cuando ellos cada vez que salen de casa se compran lo que les apetece.
Este psicólogo explica que un niño
caprichoso se caracteriza por su egocentrismo. No piensa en las necesidades de
los demás. Está claro que el egocentrismo es algo normal en su desarrollo, pero deben aprender cuanto antes a
satisfacer las necesidades de otro.
Otra de las actitudes que definen a los
hijos caprichosos es que no tienen tolerancia a la frustración o esta está muy
baja. Cuando algo se les niega, montan en cólera, arman un buen jaleo para
llamar la atención, gritan, lloran, tienen una gran rabieta… y todo para
conseguir lo que los padres le están negando.
«Además cuidan las cosas, sus juguetes, sus
pertenencias, y básicamente se produce porque nos las valora. Pide lo que
quiere en esos momentos, lo que quiso otro día, pierde interés. Los hijos
caprichosos pueden surgir de dos situaciones
contrapuestas, o bien no se les
presta la atención que reclaman de sus padres o bien se les presta demasiada.
Por lo que suelen ser hijos infelices o insatisfechos, y muchas veces con jugar
o estar más tiempo con ellos se cubre dicha necesidad».
La mejor de las noticas es que es algo que
puede solucionarse. Aquí van unas pautas sencilla.
Hay que fijar límites en su educación es
una de las bases de la educación de cualquier hijo. Estableciendo normas
claras, en las que el niño participe a la hora de fijarlas, flexibles en cierto
grado, acordes a su edad y su capacidad de comprensión, harán del niño
conocedor de lo que puede y de lo que no puede exigir a sus padres.
Los padres deben estar coordinados y
unidos. Es fundamental que habléis antes de los pormenores de la educación de
vuestros hijos, tenerlo todo bien atado, y apoyaros el uno al otro delante de
los niños.
Hay familiares como los abuelos que pueden
darles caprichos. Claro que pueden, pero debemos hacerles entender que son
situaciones excepcionales, y que no pueden exigir lo mismo a los padres, ni
tampoco cada vez que vean al abuelo/a.
Un hijo es caprichoso porque está
reclamando mayor atención de los padres, con lo que si se la damos, se puede
solucionar el problema.
Hay que educar para que aprenda a valorar
sus juguetes y sus pertenencias.
Ambos padres deben educar de la misma
forma. No podéis hacer uno de “poli bueno” y el otro de “poli malo”. Poneos de
acuerdo y establecer también entre vosotros unos límites.
Cuando exija algo, hay que hacerle
comprende lo que cuestan las cosas, y no me refiero solo a su valor económico.
Ponerle algún reto para que, si lo cumple, obtenga esa recompensa. De esa forma
le enseñáis lo que cuesta conseguirlo, premiáis su esfuerzo, y el niño valorará
más eso que en un principio había exigido.
Manteneos firmes ante las constantes
exigencias. Puede tarda, pero se acabará dando por vencido. No es una cuestión de
autoridad, es una cuestión de hacerle entender que no se puede tener todo, es
una cuestión de ponerle límites. Muchos padres hoy en día no le ponen límites a
sus hijos ni a sus exigencias, y luego esto se convierte en verdaderos
problemas de educación que lo pagan otros niños, u otras personas cuando ya son
más mayores.
El periódico abc.es 2013-10-24
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